Un relato de mi libro SUSPIROS DE HADAS. 14 historias de misterio y suspense

LA LECHE  DE NÁYADE 

En cada historia hay algún misterio que desentrañar, y esto depende de la percepción de cada uno para llegar a su final…

Entre las rocas que poblaban aquella sigilosa ribera, se hallaba un bosque que hacía siglos nombraron El Bosque de los Desaparecidos. Por esas lejanas tierras, hacía poco se trasladó un tal Giuseppe Budassi, un carpintero de unos cuarenta años. Sus ojos de color verde se fusionaban con las melancólicas olas del río, cuando pronto por la mañana se asomaba por la ventana a contemplar a escondidas a Náyade. Nadie sabía el motivo de su llegada. No trajo nada, aparte de las herramientas y un viejo laúd del que ni siquiera salían sonidos. En su parte interior, se veía el retrato desgastado de una mujer, a quién el carpintero acariciaba antes de bajar al río a trabajar. Una pena inexplicable estaba escrita en el rostro de ese hombre de facciones varoniles. Por la aldea, corría el rumor que su mujer se había ahorcado.

La jovencita Náyade, de diecisiete años, se fijó en él nada más verle. Ella tenía las apariencias de una ninfa, fina y de ojos azules cuya curiosidad no muy sana Giuseppe Budassi no descubrió. Por algún motivo, todos los vecinos la evitaban, como si se tratara de una leprosa. Aquel día, la bella se estaba bañando en el río, disfrutando desnuda de su frescura. Se rumoreaba, que algo impuro escondían esas nalgas tan perfectas de un color deslumbrante bajo el reflejo del sol.

Por buena educación, el carpintero la saludó y se dirigió hacia la casa que había comprado en lo alto de la ribera. Apenas entró, sintió enseguida el deseo de verla de nuevo, una y otra vez. Confuso, se giró y le sonrió. En ese momento, la astuta joven estaba saliendo del agua y sus pechos se balanceaban ante su mirada, tiernos y bronceados. De sus pezones salía leche y se le corría por el abdomen. Guiseppe perdió el equilibrio y se apoyó en el comodín. Del movimiento, el laúd se cayó enseñando la imagen de la dama dibujada en el fondo. Sus labios, como si le sonrieran conmovidos. Él se palpó la frente. De entre las olas, le pareció ver una cola de pez. 

Las últimas noches no había descansado alterado por la mudanza, así que pensó que tenía alucinaciones. «¿Es tu mujer?», le preguntó con su voz melódica Náyade. El hombre no se había dado cuenta de su presencia. Asintió con la cabeza. «Conozco a un anciano que repara laudes, pero vive en el bosque. Vuelve por la noche. ¿Te llevo?», le dijo, y él una vez más asintió con la cabeza. Estaba hipnotizado por su belleza. «Pertenecía a mi mujer. Ella era músico. No pudimos tener hijos.», susurró, turbado.

Fuera, la melodía de las olas entraba por las ventanas, apenada y lúgubre. Náyade estaba temblando. Guiseppe se quitó la camisa y se la puso por encima. Unas gotas de su leche se colaron dentro del laúd y mancharon la imagen. La sonrisa de la dama se esfumó, al instante. 

Al anochecer, ambos se dirigieron hacia el bosque sumergido en el silencio. El carpintero sostenía el laúd. A su lado, la joven caminaba sin hablar, visiblemente pensativa. Cuando se acercaron al río, de repente se quitó la ropa y le cogió de la mano. Se la llevó hacia el seno y empezó a sacarse leche. «¡Te la tienes que beber toda!», ordenó con su voz de encanto, y se acostó desnuda a su lado. Sus curvas le ofuscaban la mente. En la lejanía, se escuchó la música de un laúd desafinado.

El anhelo de Giuseppe Budassi fue más tenebroso que los secretos del bosque, donde los hombres desaparecían después de haber pasado la noche entre los brazos de aquella ninfa.

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