Un cuento de suspense

  1. HISTORIAS QUE HUELEN A VINAGRE    

La tarta era demasiado grande como para que se la comiera sola, pero de alguna manera quería celebrar su cumpleaños, que hace tiempo la alegraba y ahora la volvía triste. La compró en la pastelería de al lado de su casa sin ponerle velas, porque lo encontraba demasiado infantil. Cumplir treinta y cuatro años no debería deprimir a una mujer inteligente como Katy, sin embargo, el problema radicaba en la deprimente empresa en la que trabajaba de diseñadora gráfica desde hacía años. Necesitaba aire fresco para respirar con libertad en un clima amistoso, donde el cotilleo no se aceptara como algo normal y corriente. 

Aquel día veraniego, ella abandonó la tarta en medio de la mesa repleta de platos sucios, y reflexionó que tal vez hubiera valido la pena seguir acostándose con Jérôme y pasar la fiesta a su lado en vez de estar sola y aburrida como una ostra. 

Mientras sus pensamientos viajaban al pasado, en el que no había actuado de una manera coherente hacia él, la tarta empezó a deshacerse. En julio el calor era insoportable en aquella localidad sureña, donde pintaban las casas de blanco para mantener su frescura por dentro. Katy cerró las ventanas y puso el aire acondicionado, cuyo monótono ruido la tranquilizó. Apática se relajó en el sofá con los ojos cerrados y, al final, llegó a la conclusión de que no se había equivocado en dejar que Jérôme se fuera… 

Él era una persona tozuda en su pasión por el empleo de afilador de cuchillos, un oficio al que ella nunca le supo ver la gracia. Se conocían desde la infancia y se enamoraron jugando juntos. A pesar de todo, este cariño empezó a esfumarse, y, poco a poco, ambos se distanciaron el uno del otro hasta que, cansados, se rindieron. “Ya no me atraes”, le confesó una vez después de hacerle el amor. Sus manos olían a acero y aceites industriales, y ella esperó a que se fuera para ducharse. Antes de marcharse, le regaló un set de cuchillos estuchados, diciéndole que “así a lo mejor su oficio estaría más valorado en este hogar”. 

Sin pensárselo dos veces, la diseñadora enseguida se dirigió hacia la tienda de segunda mano que se hallaba al final del pueblo. Aquella era propiedad de un hombre agarrado, que compraba por un coste bajo todo lo que se le traía. Coleccionaba incluso horrorosas muñecas de porcelana y graciosas canicas vidriosas de colores, que reflejaban los rayos del sol a través de los sucios cristales. De hecho, eran lo más agradable que ese extraño comprador tenía, y nadie comprendía por qué acumulaba tantos objetos, que eran aparentemente inútiles. En el deseo de quitarse de encima lo que le molestaba, la gente le entregaba sus historias sin darse cuenta… 

Katy le llevó el set para librarse de inmediato del regalo, al que no encontraba significado sentimental alguno y, encima, le frustraba pensar en el hombre sin ni siquiera compartir su cama. 

Cuando entró, el viejo estaba reparando un transistor, mientras que su bata se arrastraba por el suelo apestado a vinagre. Igual que el resto en este señor, también era extravagante su manera de mantener la limpieza: aprovechando el desagradable olor, fregaba el suelo con vinagre para espantar los mosquitos que entraban por la puerta. 

–¡Te daré un euro, y ya es mucho! 

Balbuceó sin mirarla. Katy se encogió de hombros. Ese tacaño ni siquiera le prestó atención al nuevo set de primera calidad, cuya lujosa funda desprendía el aroma a cuero. Quiso decirle que era de una marca prestigiosa, pero ese gruñón ni se inmutó, solo se puso bien las gafas que en el lugar de varillas tenían un cordón. 

–¿Tú no querías ser amada por un hombre de verdad? Querías disfrutar de sus manos, ¿no? ¡Pues apechuga entonces! ¿O hubieras preferido acabar muerta por estos cuchillos, como les pasa a muchas mujeres que han tenido la mala pata de estar con un loco? 

Dicho esto, él le hizo un gesto con la mano para que le dejara en paz. Katy recogió en silencio sus chuchillos. “Astuto viejo”, pensó saliendo. Justo entonces, una muñeca del montón se le cayó a los pies, y ella apresurada se alejó de la maligna tienda. 

Este cuento es de mi libro Historias que huelen a vinagre. 99 cuentos de Rossi VAS (Relatos cortos de misterio y terror, fantasía y drama).

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Comentarios

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    1. Muchas gracias. Forma parte de mi libro HISTORIAS QUE HUELEN A VINAGRE. 99 CUENTOS DE ROSSI VAS, disponible gratis con Kindle Unlimited en Amazon.

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