Un cuento de HISTORIAS QUE HUELEN A VINAGRE. 99 CUENTOS DE ROSSI VAS

GRANOS DE ARROZ PARA LOS POBRES

El paquete de arroz se desplomó en el recién fregado suelo, y sus granos, finos como unas lágrimas inocentes, se esparcieron por todas partes. La fragilidad de esa instantánea e inesperada caída fue potente como una ola marina de aquellas, que provocan ganas incontrolables de que uno se sumerja en el agua, pero a la vez, imponen un miedo racional frente a las consecuencias.

Las baldosas limpias del pasillo brillaban como nuevas, y los reflejos de las caras infantiles en sus rectángulos se movían, distorsionando sus sonrisas de burla. Un escupitajo se quedó pegado en los rizos de Mateo. Él se levantó indeciso y lentamente sacudió de sus pantalones las gotas del friegasuelos y los restos de arroz. Los índices de sus compañeros le estaban apuntando, con una malicia que era poco habitual para sus cabezas, mal peinadas, de diezañeros. Todos eran de su clase, hijos de familias humildes. Para sus padres, el colegio era algo sagrado, un templo de sabiduría a donde se iba para obedecer a los maestros, cosa que muchos de los alumnos no aplicaban.

Una niña bajita y rubia se atrevió a acercarse al niño caído, para intentar ayudarle a recoger lo que quedaba de su arroz, tirado en un rincón. Allí, unos robustos chicos daban fuertes golpes de rabia al paquete, que retumbaban lúgubres en las paredes olientes a moho. El chico alto, de cabeza rapada, la empujó en el suelo nada más viendo que tenía intención de ayudar a Mateo. Su mirada, llena de ira, la hizo pararse de miedo, y ella se quedó encogida en las baldosas. Ni siquiera se puso a llorar, solo se masajeaba la rodilla que sangraba con un fino chorrito. Los otros niños la rodearon, para que no se moviera de ahí.

–¡Silencio! ¿Qué está pasando aquí?
La repentina voz rigorosa de la directora hizo que todos se quedaran clavados en sus sitios. Tampoco se atrevió a moverse el alto niño de cabeza rapada, pero sus ojos miraban furiosamente por todos lados. Estaban todos firmes como soldados, en sus uniformes de color azul grisáceo. Solo una niña, la morena que no llevaba uniforme, se limpió ruidosamente la nariz con la manga. Luego otra vez volvió a reinar un profundo silencio. La directora se acercó a Mateo y le miró fijamente. Sus pantalones tenían unos grandes parches en las rodillas, de color rojo que destacaba en el uniforme.
Nadie tuvo el coraje de responder a la pregunta de la señora Lobo. La multitud había disminuido en un insignificante campo de arroz, donde los dispersos granos relumbraban como perlas. Los destellos relucían en las estremecidas caras de los alumnos y, solitarias, se difundían en los cristales de las ventanas. 

En ese momento de incómodo y severo silencio, al final del pasillo se oyó el crujido de una puerta. Poco después, se vio la jorobada figura de una mujer vieja de pelo gris azulado como el hielo, bajo el pañuelo con rosas rojas grabadas, que era la única cosa bella y alegre en ella. Se acercaba lenta, como si no tuviera prisa por ir a ningún lado. Cuando al final llegó, dejó en el suelo el pesado saco con alimentos, que apoyaba encima de su joroba, y exclamó en voz alta:

–Mateo, hoy todos han aportado su grano de solidaridad hacia los pobres. ¡Solo tú no has traído nada!

Dicho eso, susurró algo al oído de la directora, mostrando con su mirada el suelo poblado de arroz. Aquella asintió con la cabeza. La anciana del pañuelo de rosas recogió su saco y se fue tal y como había aparecido. Solo su oscura joroba se quedó a tapar, por un largo rato, la luz de las ventanas. La señora Lobo dio la orden de que todos volvieran a clase, excepto Mateo, a quien señaló para que la acompañara a su despacho.

Sigue leyendo GRATIS mi libro con Kindle Unlimited aquí:


Comentarios

Entradas populares de este blog

Una entrevista al boxeador Yassin 'Tyson'

Un relato de mi libro SUSPIROS DE HADAS. 14 historias de misterio y suspense

Una entrevista al fotógrafo José Sanabria